A Flor la conocí en una exposición snob que había venido a mi ciudad pero que originalmente era de Capital. Un montón de caras no conocidas surgieron y hablaron de lo bueno que era el arte contemporáneo mientras comían bocaditos y tomaban vino. Apenas miraban las obras para irse a saludar a sus amigos y conocidos. En ese ambiente que me repugnaba me sentía una pasajera en trance, estaba ahí para ver las obras e irme, pero algunas me pedían que me quede unos minutitos más. Había una proyección que me había llamado la atención: era una filmación constante de alguien haciendo ejercicio frente a un televisor ochentoso con un fondo de marcha militar. No sé por qué ante una obra uno tuerce la cabeza y tiene la necesidad de decir lo que está pensando. Vi que una silueta femenina se acercó a mi y le dije que quizás lo que nos asombraba del arte era la capacidad de decir lo que siempre vemos pero con un lenguaje nuevo.
La chica no respondía nada y yo seguía mirando fijamente esa proyección que con su ritmo hipnótico por momentos parecía absorberme. Tiré la cabeza hacia atrás para ver si seguía habiendo tal chica al lado mío y si, estaba mirando, ella no torcía la cara pero entrecerraba los ojos, como si ese lenguaje no fuera nuevo solamente sino también complicado o estaba aplastado cual durazno japonés. Le sonreí de oreja a oreja porque me alegré de que no use las palabras “paradigmas”, “planteamientos” o tenga un bocadito en la mano. Supongo que mi cara rozaría lo tétrico entre mi sonrisa desencajada y mi cuello hacia atrás para verla. Pero no se fue corriendo, se rio un poquito y me dijo que se llamaba Florencia y que le diga Flor o Flopi pero nunca Flopirencia. Me reí también y como me gustó su forma de presentarse le dije de ir a fumar un pucho afuera. Me acompañó.
Entre las pitadas que daba al pucho detecté el mecanismo paki de nombrar al novio cuando sospechan de la homosexualidad femenina o la heterosexualidad masculina. Deslizó cinco veces la palabra minovio (porque sin el posesivo no tenia importancia). Cada vez que lo hacía yo sonreía un poco y despeinaba mi nuca, aunque no dejaba de resultarme un poco tierno. La invité a tomar una cerveza y seguir la charla más tranqui pero tenía que esperar a su novio así que me fui con otros amigos.
Minutos más tarde a uno de mis amigos que la conocía le llegó un mensaje de Flor o Flopi pero nunca Flopirencia que decía que le pida a la chica-arte que la agregue al face y que su novio se había olvidado de ella por quedarse jugando al póker con los amigos. La seguidilla de hechos es fácil: mail, chatear, nos podríamos encontrar. Le llevé un hombrecito de tela que le hice para que lo use de prendedor, y con ironía le deslicé un lo bueno del muñequito es que no te deja por póker, a riesgo de que me mande a la recalcada (bueno, ya saben cómo sigue la puteada).
Durante esas tres cervezas que tomamos nos desinhibimos lo suficiente como para que ella me diga que siempre quiso estar con una mina pero que se sentía demasiado grande (¡con 26 años!) y tiempo suficiente para que yo desarrolle mi defensa de la poligamia como libertad mental que en ese tiempo tanto me gustaba. Flopi o Flor me decía que nunca se lo había planteado mientras apoyaba los codos mas al centro de la mesa, por ende más cerca mío con la cabeza apoyada en las manos y sus ojos fijos en los míos. Y yo continuaba mi defensa como solemos hacer cuando tomamos un poco de más y al otro le interesa nuestra concatenación de palabras.
Yo apenas salía de mi relación con Rachel y me importaban cada vez menos cosas: mis juegos para salir de la rutina, el sexo, el faso, pensar. Con ella tuve todo eso porque cada vez que iba a su casa jugábamos a la conquista. Un día era una persona directa que la empujaba contra una pared, otro día daba mil vueltas, otro íbamos a cenar, veíamos una peli y hacia la técnica de bostezo-abrazo de las películas. Y así miles. Hasta que un dia me propuso que su novio vea toda las escenas. Y yo lo acepté.