Toda
relación implica una negociación. Ella cocina, yo lavo los platos. Yo no la
quiero convencer de que milite, ella no critica los métodos electoralistas. Mi
jefe no me grita, yo le sonrío. Le hago el aguante a una compa del laburo
quedándome yo hasta tarde cuando en realidad le toca a ella, y ella cuando lo
necesite yo, va a hacer lo mismo. Saludo al vecino, me presta el pico de loro.
Etcétera.
Mi
vieja, la grosa grosísima de mi vieja, me banca lo que siento por la mina que
me corta la respiración y la rosca mental. Yo tengo que bancar lo que siente
por los pelotudos de sus familiares: ir a las reuniones, callarme la boca con
sus facho-comentarios, sonreír como una gila cuando me dicen ay pero si tenías mucha capacidad para
terminar la universidad.
Mantras:
Lucero no gastés pólvora en chimangos. Lulita, es tirarle margaritas a los
chanchos. Pero piba, ¡no ves que hay que contar hasta mil si es necesario!
Giles hay en todos lados, no des bola. Laputaqueteparió, no respondo porque voy
a la cárcel. Etcétera.
Pero
no soy oriental, a mí los mantras y la templanza se me terminan. Y miro a mi
vieja, feliz de que vaya a esas reuniones de mierda. Entonces no digo nada. Me
voy al baño y, como cuando era chica y fantaseaba con la actuación, frente al
espejo del baño ensayo lo que les diría, si alguna vez decidiese dejar de mirar
para otro lado. ¿Vos decís que los homosexuales son enfermos cuando no dejás a
tu hija maquillarse porque es de puta? ¡Y vos abuela dejate de romper las
pelotas con casarse y tener hijos! ¡Che vos, pelotudo, ¿qué te calienta lo
antinatura? No lo ejerzas y listo. Etcétera.
Me
quedo una horita más, tomándoles todo el alcohol y me retiro elegantemente. En
la calle me espera mi chica de los tatuajes, con su sonrisa y esos pelos
desordenados. La beso como en una peli, levantando el pie en el envión de
acercamiento y nos vamos caminando de la mano, con el ruidito de los tacos en
la vereda. Y si me preguntan si soy torta, diré que me enamoré de esa mujer que
alegra mis días. El resto no lo sé. Mientras, negocio conmigo misma y entiendo
que tanta bronca no vale la pena si después a esa gente no la veo más y la que
siempre veo, mi chica de los tatuajes, me espera para hacerme olvidar de todo
en el segundo que posa su mirada en mí.