Todo final, para que sea operante, debe ser explícito, me repetía a modo de orden para convencerme de que tenía que ver a Rachel y decirle chau. La llamaba y siempre alguna vueltita para evitar el encuentro. No puedo. Mirá si se entera Sebas. Tengo que ir al ginecólogo. Uy justo arreglé para ir a la pelu. Hoy sale shopping con las chicas. Perdón, gorda, tengo la casa echa un lío y pensaba ordenar.
Seis llamadas después diciéndole “dale, hacete un ratito, es importante”, accedió. Quizás le faltaba imaginación para inventar otra excusa, quizás le daba vergüenza ajena mi insistencia. El que no llora, no mama, dice siempre mi abuela con acento tano.
Fuimos a un café del centro. No trabajamos té de vainilla, sentenció la moza. Café de por medio, vueltas de la cucharita no para revolver sino para calmar los nervios, le dije con palabras que intentaba que sean dulces como la vainilla, que se consiga una amiga, que yo no iba a estar más, que me hacía mal verla, que si vuelve pidiéndome ayuda se la voy a dar pero la única a la que beneficia es a ella, que me entienda, que no se enoje, etc.
Las palabras son escasas para una despedida. Siempre hay un porcentaje de rechazo en la despedida. Yo en realidad prefería que Rachel se quede y sea mi pareja, pero no me quedaba otra que la despedida. A mis abuelos cuando se vinieron de Italia les hubiera encantado no sentir el desarraigo, no dejar a los suyos, pero tampoco querían el hambre entonces debieron optar por la despedida. Mi papá no quería que vea cómo maltrataba a mi mamá, aunque no quería que sufra un divorcio, entonces comparó dolores y optó por la despedida. Un déjà vu me hace sentír una pelotuda. Si esto ya lo hablamos, si ya tomé una decisión, si ya sé todo el asunto, ¿por qué la que le sigue dando vueltas ahora soy yo?
Y no era la primera despedida. Rachel era una sucesión de despedidas. Rachel, ya te dije que me hacías mal, ya te dije que te vayas y sólo cerraste una puerta de un portazo, no te fuiste realmente, obvio que te quedás en mi corazón (si, yo también puedo ser cursi) pero siempre volviste y la que no cierra la puerta soy yo, (¿viviré en puertas giratorias que no me llevan a ningún lado?). Y necesito cerrar la puerta y ponerle muchas trabas como los paranoicos. Hey, por una vez te pido que no llores. Ok, no llorar te hace mal a vos pero que llores me hace mal a mí. Tomá una servilleta. Esperame que voy al baño. Bueno, te espero.
La despedida me desbordaba. Me dejaba inconsciente como si fuera victima de un knockout. Me alteraba el lenguaje como si padeciese una discapacidad. Me creaba culpas que no me correspondían y daban mil vueltas en mi cabeza. Rachel, primeras hojas del libro, ilusión de que sea la mejor novela de la historia, miedo a que sólo estén bien escritas las primeras hojas. Rachel, siempre te gustó que te pase poemitas. Te copié una parte de mi libro favorito en una servilleta mientras estabas en el baño. No, no, leela después, hagamos como las pelis. Quizás la guardes mucho tiempo y de viejita la veas y el papel esté a punto de deshacerse y eso te de más nostalgia.
“ (…) Me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado, jamás Wright ni Le Corbusier van a hacer un puente sostenido de un solo lado (…)”