Te
dije chau como le digo chau a cualquiera. Pensé en eso un día que
volvía con unas bolsas de frutas recién compradas en un puestito
barato de la calle. Caminaba pensando en mis cosas, que en ese
momento seguro sería una canción cursi, cuando vi a un indigente en
la entrada de un edificio. En mi barrio no había indigentes, porque
no había edificios. Me acordé de vos que siempre viviste en el
centro y te acostumbraste a ver gente viviendo en las calles. Yo
nunca supe cómo manejar eso. Me acuerdo que te reías porque si
ibamos de la mano yo no me daba cuenta y te la apretaba más. Y si se
trataba de un niño mi cara rozaba el llanto. Me acusabas de ser
demasiado sensible y yo te decía que lo tuyo era un mecanismo de
defensa para que no te afecte, porque tantos años viendo eso podía
hacerte muy mal. Me comprabas gomitas para que me ponga mejor. Y yo
sólo con eso me ponía mejor, qué bien sabías qué gomitas
quería...
Pero
esa vez vi al indigente sola. Casi que paro. Siempre me decías que
no hable con los indigentes, que se sentían inferiores y te
puteaban. Yo te decía 'Mile, son personas' y vos me mirabas como un
padre que mira a su hijo, un hijo que no le cree que la gente ponga
piedras en los montículos de arena de la playa y que por eso tenés
que tener cuidado de no saltarles encima. No, al final no paré ante
el indigente, sólo seguí caminando. El me dijo 'chau' y yo no pude
mirarlo a los ojos porque los tenía llenos de lágrimas. Saqué una
banana y una mandarina de las bolsas que recién había comprado, se
las di llorando, o sea, me caían lágrimas pero yo no sollozaba, me
hacía la que no pasaba nada. Lo miré a los ojos y el también
lloraba. Me fui corriendo. Y después pensé en que nos merecíamos
un abrazo por compartir el llanto.
Ahora
no tengo quien me compre las gomitas que me gustan. Tengo el recuerdo
de tu marca de cigarrillos, que siempre me parecieron muy fuertes. A
veces miro tu número en mi celular y pienso en llamarte. Tengo
música en mi compu que la bajaste vos para que la escuchemos juntas
porque mi música no te gustaba mucho. Pienso seguido en vos. Siempre
me decías que pensaba demasiado. Y siempre supe que tenías razón.
No sé cómo no pensar. Mi vieja se quedó con el manual de uso que
venía conmigo. Vos parecías intuir qué decía ese manual de uso y
me tratabas bien. Después un día hiciste algo que el manual de uso
decía específicamente de no hacer y se averió todo.
Camino
mucho, eso me hace no pensar. No tengo el manual, pero busco la
forma. El otro día cruzaba una plaza y vi a una chica leyendo. Me
hice la que no sabía una calle para sacarle charla. ¿Debería
contarte esto? Ella estaba leyendo a Kundera. Me acordé de vos, que sólo habías
visto la peli de La insoportable levedad del ser y yo sólo
había leído el libro. Le hablé un poco a la chica del libro.
Pavadas, ya sabés. Me gustó esa chica, pero no me animé a pedirle
el número. Después me agregó al face, no sé cómo me encontró
pero es así, siempre todos se conocen con todos. La dejé en lo que
tu hermano llamaba 'el limbo', ahí donde ni aceptás ni rechazás la
solicitud de alguien. Ahí donde estoy ahora yo, no en face, en todo,
un limbo, ni bien ni mal, espero, no sé qué.
Caminando
también me pasó que me crucé con un compañero tuyo de trabajo,
Matías. Me saludó, se acordaba de mí de ciertas cenas a las que me
has llevado. Me dijo 'qué pena que cortaron' o algo así. No lo
escuché mucho, estaba prestando atención a un pajarito que
intentaba armar el nido y el viento le tiraba los palitos a la
mierda. Pensaba en el pobre pajarito. Matías hablaba. Creo que me
dijo que te vas a investigar dos años a Bélgica. Quisiera llamarte,
felicitarte, pero me da miedo decirte que te vengas a tomar un vino y
todo se termina yendo a la mierda como los palitos del pájaro,
porque no puedo permitir que se vaya todo a la mierda, estoy
empezando a hacer méritos conmigo misma para salir del limbo y que
eso no me lleve al infierno.